domingo, enero 21, 2007

pesimismo voyeur

La televisión de estos días de verano, me deja pocas chances de escapar a la perversidad voyeurista de la que escribía poco tiempo atrás. Gran Hermano es más que una fantasía Orwelliana. En alguna medida creo que puede ser leído como un Aleph cultural. Incluso en su falacia de representación total, de “mostrar todo”.

Algo hay en el voyeurismo... algo que no se resuelve porque reposa sobre la condición de pasividad. Pasividad que el cine clásico aprovechó haciendo del cine una gigantesca maquinaria identificatoria. Como La ventana indiscreta, Niños del hombre, estructura la narración a partir de esa asimilación entre espectador y protagonista, entre el adentro y el afuera del relato. El registro documental que usa Cuarón, le da una vuelta de tuerca más y obliga a ponerse en el lugar de testigos de un occidente en decadencia que está bien lejos del cine fantástico.

Example

Theo, el protagonista/pasivo/espectador en cuestión, es, como yo dije de mi mismo hace unos días, un pesimista –claro que con todo el componente “pose” que serlo (o decir serlo) puede significar-. En su análisis de la película, Zizek repite -ya es casi un mantra- sus criticas a la cubierta ideológica de una posmodernidad para burgueses, dedicados al hedonismo y al confort en los tiempos postideológicos -¿o no es acaso la película una puesta en escena del fin de la historia?-. Lo cierto es que la pregunta que la humanidad se plantea en la película es: cómo vivir sin futuro. Theo ha resignado sus ideales y se ha convertido en un escéptico y un pesimista, aunque no oculta su disconformidad. Lo notable es que, empujado por los acontecimientos, no deja de involucrarse -un poco a desgano-. Ha abandonado su militancia, pero no parece haber abjurado de sus principios. No: pesimista y todo, con cara de “qué hago acá”, continúa adelante. ¿Cómo es posible si no hay futuro? Una respuesta Batailleana sería eliminando la misma idea de futuro. El pesimismo puede y debe contener un elogio del acontecimiento. En él estaba, también, la clave de la infinita espera mesiánica de Benjamin. Escribe el francés: “la libertad no es otra cosa que disponer plenamente del instante presente (¿soy libre si tengo algo qué hacer?) Soy libre viviendo actualmente, para un ahora y no para más tarde.”

Esta idea, curiosamente de moda, admite ambigüedades que sería prudente mantener en el plano de la potencia: Si tiene un espíritu contestatario -por la manera en la que desdeña el ethos económico y utilitario-, puede también ser reaccionaria y conservadora –en su individualismo intransigente-. No creo que tenga uso político.Y, sin embargo, no deja de abrir el campo del pesimismo, un terreno complejo y rico, en donde quizás -sólo quizás- esperan algunas posibles opciones.